Unos cuantos animales, pequeños terrenos y un viñedo conforman el nuevo negocio familiar. El sueño empieza a tomar forma y en los años 80 salen las primeras botellas de vinos Gigante. Hasta entonces, de hecho, el vino se vendía a una taberna del pueblo como vino de la casa. Es el joven sobrino de Ferruccio, Adriano Gigante quien, movido por la ilusión de sus veinte años, decide atreverse con los primeros embotellados.
La etiqueta de las botellas llevaba el nombre de la familia Gigante, acompañado de la imagen del pavo real, entonces como ahora, el rey indiscutible del patio.
Desde finales de los 90, Adriano se une a su esposa Giuliana en la dirección y, después de terminar sus estudios, su primo Ariedo Gigante, todavía enólogo de la empresa, aportó sus habilidades al negocio familiar.
Una pasión por el vino que nació con el tiempo y que poco a poco fue ganando fuerza, ha estrechado cada vez más los lazos y transformado el sueño de Ferruccio en una realidad, consolidada a nivel nacional e internacional, de vinos locales de calidad.